Las baterías actuales tienen un ánodo de grafito y un cátodo de cobalto y níquel. Estos últimos son elementos escasos, caros y contaminantes. Cuando se cargan, los iones de litio pasan al ánodo. Así se almacena la energía. Durante “el uso de la batería (la descarga) los iones de litio se mueven en el sentido inverso”.
Para lograr baterías más eficientes, “se deben resolver varias limitaciones de este proceso, como la cantidad de ciclos de carga-descarga, capaz de soportar la batería, la velocidad de carga y su densidad de energía”. Todo ello sin comprometer su seguridad; esto es, evitar sobrecargas, sobrecalentamientos y cortocircuitos.
“Utilizar el azufre como cátodo podría generar una mejora en estas cualidades, además de ser un elemento más abundante, menos contaminante y menos costoso. Es decir que se obtendría una batería más sustentable. Pero este azufre necesita un esqueleto en donde adherirse para formar el cátodo. Aquí es donde viene el pelo de vaca”, comentan.
Una de las sustancias que se estudian para crear estos esqueletos son los biocarbones: carbonos obtenidos a partir de la “cocción” de residuos orgánicos. El biocarbón tiene estructuras micro y nanoporosas, lo que le da una mayor superficie de exposición. Esta cualidad puede mejorar la velocidad de carga, la densidad de energía y dar mayor estabilidad en los ciclos de carga.
Por último, Barraco asegura que este desarrollo no fue una serendipia, un descubrimiento casual: “Se viene colaborando con Y-TEC en el desarrollo de biocarbones desde 2017. Comenzamos con fécula de mandioca y luego fuimos complejizando con estudios en cáscara de maní, de arroz y otros”.
Fuente: LA NACION